La duda como método
René Descartes (1596-1650) pasó a la historia de la filosofía como el filósofo de la duda metódica. Para el lector contemporáneo, dicha actitud puede parecer por momentos excesiva. Pero para comprenderla, hay que entender cuál es el contexto en el que produce su obra este filósofo.
En el siglo XVI Europa inicia un arduo proceso de renovación científica y filosófica. Uno de los ejes principales de este cambio gira en torno a la manera de concebir el conocimiento. La Edad Media, época histórica que precede a la Edad Moderna, se caracterizaba por una presencia fuerte de la Iglesia Católica en todos los aspectos de la vida (tanto en el plano espiritual como en el material). Dentro de este contexto, el fundamento último del conocimiento era Dios y todo conocimiento que contraviniera lo enseñado por las escrituras bíblicas debía ser rechazado de lleno bajo la figura de la herejía. Así, cobró popularidad en esta época el llamado "argumento de autoridad", que consiste en justificar la veracidad de una afirmación por la fuente de la que surge. De este modo, por ejemplo, la Tierra era el centro del universo porque así constaba en la Biblia, en el libro de Josué, 10:13.
Como podrá advertir el lector, esta actitud es contraria a la actitud de la ciencia. En este ámbito, la validez de un conocimiento no emana de su fuente sino que surge del método empleado y de las pruebas que se puedan proveer a su favor. Si tenemos en cuenta esto, puede entenderse por qué cobra tal importancia en la agenda intelectual de la época el encontrar una manera de fundamentar el conocimiento que prescinda de cualquier alusión a realidades metafísicas cuya comprobación resulta imposible (por ejemplo, Dios).
En este punto, precisamente, cobra importancia Descartes: su obra puede leerse como un intento por ciertos momentos radical de extremar la duda para ver qué conocimientos quedaban en pie luego de ser pasados por ese tamiz.
La primera pregunta que se hace este filósofo es por el origen del conocimiento. Así, Descartes se pregunta si el conocimiento emana de la experiencia (empirismo) o de la razón (racionalismo). Sobre la primera posibilidad, que el conocimiento se derive de la experiencia, formula dos objeciones: la primera, consiste en la constatación de que, ocasionalmente, los sentidos pueden engañarnos. Así, por ejemplo, cuando vemos un mago ilusionista, pese a que nuestros sentidos puedan engañarnos, nuestra razón concluye que lo que vemos no son más que meras ilusiones. La segunda, en íntima relación con la primera, consiste en los sueños. En efecto, cuando uno se encuentra en un estado onírico, muchas veces le es imposible distinguir la realidad del sueño. De este modo, a través de estos dos argumentos, Descartes logra desechar el conocimiento empírico.
Llegado este punto, la única posibilidad que queda es que el conocimiento emane de la razón. Pero, como se verá en la próxima entrada, esta posibilidad tampoco está exenta de problemas.
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