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sábado, 25 de enero de 2014

"Las palabras y las cosas", Michel Foucault - La prosa del mundo I

A continuación, luego de analizar Las meninas de Velázquez, Foucault pasa a exponer cómo era el orden y, consecuentemente, el conocimiento, en la época que precede a la época clásica que se inaugura con dicho cuadro. Lo que busca el autor con esta exposición es que se entienda desde qué punto de vista la irrupción de la episteme clásica significa una ruptura en la historia de los sistemas de pensamiento del mundo occidental. 
Para Foucault, lo que distingue en términos de episteme a la época que precede a la clásica es el papel que juega la semejanza en la construcción del conocimiento. Lo característico de esta época es que la representación se consideraba en términos de repetición. Así, por ejemplo, se considera que la tierra repite el cielo y, por lo tanto, lo que suceda ahí (en el cielo) va a repercutir en lo que pase acá (en la tierra).
Luego de destacar la importancia que tiene la semejanza como fundamento del saber en esta época, el autor expone las cuatro formas principales que adopta la misma: convenientia, aemulatio, analogía y simpatía
La primera, la convenientia, consiste en la semejanza que se deriva de la vecindad espacial. En otras palabras, consiste en la semejanza, real o imaginada, que se origina por el hecho de que dos cosas estén cerca. De los ejemplos que da Foucault, tal vez el más ilustrativo es el que se encuentra en la obra de G. Porta, De humana physiognomía, publicada en 1583. En ella, según el filósofo francés, se encuentra el ejemplo de la relación de conveniencia existente entre el cuerpo y el alma. En principio, entre ambos hay una conveniencia  que emana de la relación que se da entre continente (en este caso, el cuerpo) y contenido (en este caso, el alma). Esta relación de conveniencia, por su lado, impone cierta reciprocidad: el alma recibe los movimiento del cuerpo y se asimila a él mientras que las pasiones del alma alteran y corrompen al cuerpo. 
La segunda, la aemulatio, supone una diferencia fundamental con la convenientia: mientras esta última dependía de una cercanía espacial, la aemulatio logra desembarazarse de esta necesidad y, por lo tanto, puede actuar a distancia. Así, mediante la aemulatio, las cosas pueden imitarse unas a otras aunque se encuentren en extremos opuestos del universo. Para ejemplificar esta segunda forma de la similitud, Foucault recurre, entre otras fuentes, al Tractatus novus de signaturis rerum internis de Crollius, de 1608, donde se establece que cada hierba que hay en la tierra tiene su correlato en una de las estrellas que puebla el cielo. Así, pese a estar cielo y tierra distanciados, los elementos que los componen (las estrellas y las hierbas respectivamente), se encuentran en una relación de aemulatio
En tercera lugar, tenemos la analogía. Para Foucault, esta forma de similitud posee un poder inmenso ya que, por más sutil que sea la semejanza de dos cosas, ambas pueden ser unidas por la analogía. Así, por ejemplo, el autor cita el caso de Cesalpino, quien en su De plantis libri xvi, de 1583, establece una analogía entre las plantas y los animales. Así, Cesalpino afirma que las raíces de la planta se asemejan a las piernas del hombre, el tallo, a su cuerpo y, por último, las flores, a su cabeza. 
Finalmente, tenemos las simpatías. Para Foucault, esta última forma de la similitud tiene la virtud de provocar el movimiento de las cosas. Así, las cosas tenderían a acercarse en virtud de la simpatía existente entre ellas. Pero si la simpatía actuase sin ningún tipo de contrapeso, se correría el riesgo de que, por su acción, las cosas queden asimiladas y pierdan su identidad. Por esto mismo, para que las cosas mantengan su identidad, existe una fuerza contraria a la simpatía, la antipatía, que asegura que las cosas, pese a acercarse, no se confundan entre ellas. Para ilustrar esta última forma de la similitud, Foucault se remite a la obra Annotations au Grand Miroir du Monde de Duchesne, donde se afirma que los cuatro elementos (agua, fuego, tierra y aire), se acercan en virtud de sus simpatías pero mantienen su identidad a partir de su antipatía. Así, por ejemplo, entre el fuego (cálido y seco) y el agua (fría y húmeda) existe una completa antipatía. Pero esta es subsanada por la presencia mediadora del aire (cálido y húmedo), que pese a presentar simpatía con ambos (es cálido como el fuego y es húmedo como el agua), no llega a confundirse con ninguno de los dos. 

Hasta acá, Foucault desarrolla las cuatro formas de similitud más características de la episteme que precede a la clásica. En la próxima entrada vamos a seguir con el análisis de lo que falta del capítulo "La prosa del mundo", del libro Las palabras y las cosas.

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